jueves, 13 de octubre de 2011

No hay luz

No hay luz.
La tormenta venía sedienta
Y se la llevó
Donde nada pasa
Y qué es lo que voy a hacer
Tengo que encender las velas
Para algo ver
Y escribirte todo lo que quise creer
Lo que siento veo y tengo
Y se llama amor
O eso creo pues qué sé yo

Tú eres mi luz
Mi camino mi esperanza
Y mi bendición
No abandones nunca a este pobre pensador
Que me dejas sin mis ganas de respirar
Se me escapa el alma con tan solo pensar
Que tus besos míos no serán

Y así me voy
Te dejo entre líneas vagas de un perdedor
Que no tiene fuerzas para ya continuar
No te quito más tu tiempo
El fuego murió
Se acabó mi vela pero hazme un favor
Nunca dejes que pase nunca ni por error
Con nuestro amor.

lunes, 28 de marzo de 2011

Puntos de un amante.

·¿Sabías que te amo? Te lo he dicho muchas veces, no tantas como quisiera, pero lo he hecho.
·Y aún así, ¿me has creído? Más te vale. Pero igual quiero decírtelo otra vez: te amo. Quédate conmigo. Aquí. Sintámonos un rato. Siempre.
·Me atormenta esta necesidad de abrazarte, de no soltarte jamás. A veces sueño que duermo eternamente junto a ti. Otras, que te abrazo por la espalda, viendo juntos hacia un horizonte lleno de felicidad.
·No te alejes de mí. Me arrancas pedacitos de alma, y me duele. ¿Tu también estás pensando en mí? Qué linda, yo también te extraño. Cuando regreses nos arreglamos las almas, que quedaron estiradas.
·Ven, yo te desnudo. Ven, yo te arropo. Ven, junta tu cuerpo al mío, que yo también tengo frío. Ven, llora conmigo: nuestras lágrimas saben mejor juntas.
·¿Ya me crees que te amo? Entonces ven conmigo, tengo una vida para demostrártelo cada día.

martes, 15 de marzo de 2011

De sueños y esperanzas. Terraza. 13/09/09

Supongo que cuando un sueño se termina por romper en miles de pedazos irreparablemente, siempre comienza a tomar forma otro sueño. Debo de tomar en cuenta que no puedo estar seguro de que esto sea una ley de la naturaleza, pero el día de hoy me hizo pensar en esto de los sueños.
Hoy se acabó por siempre el sueño más grande que había tenido, y éste era con relación a una mujer, la mujer que amo y más he amado; pero también comencé a llevar a cabo un sueño que he tenido desde casi el mismo tiempo que el otro: hoy puse adornos en mi cuarto y en mi terraza.
Puede que en comparación, el sueño del decoro de mi cuarto sea mucho menor que el de haber llegado a tener una relación con ella, pero el hecho de que uno empezara el mismo día que otro terminara, me llamó mucho la atención y sobretodo las reflexiones que esta casualidad conlleva y que me ayudan a salir adelante ante este momento de decepción. Me doy cuenta de que los dichos acerca de puertas cerrándose y ventanas abriéndose son ciertos, y que esas ventanas me van a ayudar . Puede que haya perdido a quien me ha hecho intentar ser mejor, pero ahora sé que no todo está perdido y que así como hoy me decidí a colgar máscaras, lámparas y demás ornamentos, en el futuro próximo debo arreglar mis problemas y llevar adelante mi vida como quiero, cumplir mis expectativas y, sobretodo, ser feliz. Lo único que no sé cómo hacer es desaferrarme a este sueño que acaba de ver su fin. Cómo olvidarla si es que la amo, la amo tanto...

lunes, 14 de marzo de 2011

Sentado en mi terraza. 30 de junio 2009.

Todo lo que necesito está en ella. Ahí está. Podría ir caminando bajo la lluvia a tomar lo que por derecho me pertenece. Porque el amor da derecho, ¿verdad? Porque la amo tengo derecho a pedirle que esté conmigo y porque nos amamos tenemos derecho a besarnos hasta la muerte. Y es que aun si algo que tanto quiero es besarla, no es algo que me llene de pies a cabeza. Yo la quiero a ella. Quiero entregarme a ella y hacerla por siempre feliz. En definitiva la pasión no lo es todo. Dice que falta algo y creo que yo apoyo esa idea; lo que a mí me falta es el compromiso. Ése por el cual yo soy suyo y de nadie más, por el que mi vida y la suya dejan de ser de cada quién y pasan a ser de los dos. Quiero serle fiel a ella. Que todo el mundo sepa que la amo y que ella a mí. Y quiero que ella me ame. Dice que así es, pero la verdad es que tengo miedo de que se haya retractado. Tengo miedo de que un día, al despertar, lo haga sabiendo que ella ya no me ama. ¿A qué me puedo aferrar para tener seguridad? Si cada vez que la pasión domina nuestra existencia por algunos instantes ella se recrimina y la absorbe su inestabilidad o su duda, qué sé yo, y me dice que eso es un error, que no deberíamos habernos dejado llevar por nuestros instintos más puros. Y por lo menos mis instintos sí que son puros. He tenido encuentros carnales con varias mujeres en mi vida, pero nunca habían sido como con ella. Nunca habían estado llenos de las ganas de abrazarla por siempre y siembre habían sido arrebatos de lujuria, sin afecto si quiera. Tal vez mienta al decir que nunca habían sido parecidos a los que tengo con ella, pero estoy seguro que no miento al decir que con ella han sido mucho mejores y especiales que con cualquier otra. Pero insisto en que algo falta para que todo sea perfecto. Y repito que lo faltante es el compromiso. Repito que no mejorará hasta que acepte formalizar nuestra en parte secreta relación. Es en parte secreta porque no muchos saben que ella me quiere por igual. Y es conocida porque todos saben que yo muero por ella. Y es completamente secreta la parte de lo carnal. Sólo una persona lo sabe por voz de mi amante secreta y otra porque tuvimos la mala suerte de ser descubiertos en el delito. Delito porque es secreto y prohibido. Las consecuencias de que alguna persona se enterara podrían ser muy graves. Podría ser que hasta se nos prohibiera vernos. pero ése sí que sería un delito grave: prohibir que dos almas recién adultas se entreguen a la pasión con amor. Mayor sería nuestro delito si no hubiera sentimientos de por medio, o al menos así no tendría significado alguno y se convertiría en una demostración de lujuria y no de amor como yo la veo. En fin, si esto sigue ocurriendo, y me refiero a nuestros encuentros secretos, me iré corroyendo por dentro ante la espera de mi anhelado compromiso. Ésto si es que no llega pronto, lo que a decir verdad creo que así sucederá. Y hay otra opción: que de una buena vez cumpla su palabra de no repetirlo, y eso sí que me mataría. No me puedo quedar sin ella.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Son esos días.

No sé si me gustan los días como hoy o si no. Esos días en los que me gustaría llorar, no sé si por felicidad, melancolía o diversión. Son los días en los que el pedazo de poeta mediocre que llevo dentro de mí sale a tomar un poco de aire. Son los días en los que mi mente le da vueltas a mi vida, en los que me pregunto quién soy y qué valgo. Son los días en los que trabajo como escritor mal pagado en el sótano de mi alma. Son los días en los que quiero un café con leche y un cigarro. Son los días en los que te extraño.

martes, 1 de marzo de 2011

Me perdí.

Jueves
Daniel y yo estábamos sin saber qué hacer en la noche para disfrutarla y recordamos que se había abierto un nuevo antro de un compañero que yo había tenido en la primaria, así que decidimos ir a ver qué tal estaba.
El lugar tenía la entrada en el piso, era un simple hoyo parecido a un registro de agua con unas escaleras verticales que llegaban al centro nocturno. Las paredes eran negras con dibujos en verde escarabajo y había sillones rojos donde vimos sentada a mucha gente conocida, pero a nadie con quien nos agradara pasar la noche.
Decidimos salir de aquel lugar y mejor ir a un bar al que frecuentábamos. Supongo que la noche fue salvaje porque a decir verdad no recuerdo nada aparte del hecho que no pagué ni un peso.

Viernes
Fui al bar de la noche anterior otra vez con Daniel a pagar lo que había consumido y me encontré a mi madre apurada cerca de ahí. Me dijo que no había pagado el doctor y que no tenía tiempo de hacerlo, y como le pedí dinero para pagar el reventón del jueves ella me encargó que de una vez pagara el doctor en la caja del bar, ya que ahí podía hacerlo.
En fin, Daniel y yo nos formamos juntos en la caja del bar para pagar y de pronto vi a alguien que había sido el amor de mi vida durante mucho tiempo sentada en una mesa con su hermano. Acabó la fila, pagué y fui a sentarme en la mesa en la que ella estaba. Era Paulina. A mi amigo no le agradaba para nada su presencia por lo que prefirió irse y me despedí de él. Rodrigo, el hermano de Pau se fue a algún otro lado, no se a dónde ni por qué. Bueno, el punto es que me quedé platicando con ella y le saqué una cita para el día siguiente, quedé de pasar por ella a su casa y después de un rato de platicar me fui a mi casa.

Sábado
Fui la dirección que me había dado Paulina y se me hizo extraño no reconocer su casa, la única razón lógica era que se hubiera mudado y yo no me hubiera enterado, pero eso implicaría que tengo serios problemas de memoria al tampoco darme cuenta que nunca había pasado por esos rumbos, ya que no era solo la casa lo que no reconocí sino también todos los alrededores. Era como si estuviera en una ciudad completamente diferente a la que yo conocía.
Toqué el timbre y salió la mamá de Paulina y Rodrigo a decirme que tenía que esperar un rato a que su hija se arreglara, así que me senté en el techo de mi Volkswagen ’96 blanco dejando pasar el tiempo. Vi a mi cita por la ventana de su cuarto. Tenía poca ropa encima y parecía como se hubiera puesto en la ventana a propósito para que yo la viera. El deseo me comenzó a incendiar el alma y para no desesperarme me bajé del techo y me puse a jugar con la puerta del conductor de mi auto.
La mamá volvió a salir a decirme que Pau se iba a tardar todavía un rato más, pero cuando salió yo estaba tan concentrado en mi jugueteo con la puerta que la sorpresa de que alguien saliera me hizo arrancar la puerta del coche. Supuse que como Paulina se iba a tardar un rato más, me daba tiempo para ir a dejar el auto en algún taller cercano y me fui a buscar uno.
Ya iba de regreso a casa de Pau después de dejar el coche a reparar y me topé con una tienda que no había visto cuando iba en coche. Me detuve a comprar una coca y unas papas y salí por la puerta de atrás para acortar un poco el camino a mi destino. La parte trasera de la tienda daba a un terreno baldío con muchos cactus parecidos a los órganos, pero eran algo diferentes. Eran amarillos, sus espinas eran rojas y parecía que quisieran decir algo a los paseantes que caminaban por su territorio. Esa imagen de las plantas que parecían sacadas de algún sueño de un pintor dañado por la vida me perturbó un poco, mas no le di mucha importancia y seguí caminando.
Llegué a una esquina por la que creí haber pasado la primera vez que fui a casa de Pau apenas una hora antes. Había una tienda de alfombras y antigüedades que parecía como si la hubieran importado completa de algún lugar del Medio Oriente. Asumí que iba por el camino correcto y doblé a la izquierda buscando la calle la Troje, o la Mayor. Me hubiera encantado meter la mano al bolsillo de mi camisa y sacar el papelito con la dirección anotada o al menos recordar el nombre de la calle, pero no fue lo que sucedió. Había perdido el papel y mi plan de acción era llegar a la casa guiado por mis recuerdos.
Seguí caminando por una calle que me llevó directo al centro de la ciudad. Doblé a la izquierda de nuevo porque no podía seguir por la misma calle al haber un enorme edificio gubernamental donde la calle veía su fin. O su comienzo. No soy quién para poder hacer tal afirmación. En el momento en que vi la plaza de armas me quedé perplejo ante su belleza arquitectónica, pero creo que no era ni siquiera parecida a alguna otra plaza mexicana. Parecía como una plaza griega o romana por los grandes edificios con muchas escaleras a la entrada y con adornos de piedra con forma de conchas marinas y algas. Cada edificio tenía escrito también en piedra el nombre del departamento de gobierno que albergaba en sus adentros, pero no recuerdo cuáles eran.
Como no había pasado por aquella plaza antes, decidí regresar y continuar mi búsqueda. Caminé y caminé y volví a pasar varias veces por la tiendita de abarrotes donde me había comprado mi coca, pero no podía encontrar la calle donde vivía Paulina. Caminé sin rumbo hasta que por casualidad me encontré a Manuel, un amigo de la universidad, y le expliqué mi situación. Manuel se ofreció para ayudarme a encontrar la casa y seguí vagando buscando la calle la Troje o la Mayor, no logro precisar el nombre, pero ahora iba acompañado y mi grado de desesperación se atenuó bastante.
Después de mucho tiempo de divagar, lo que pudieron haber sido horas o minutos, Manuel tuvo la gran idea de preguntar a alguien dónde quedaba la calle que buscábamos. No saben lo inútil que me sentí al no haber pensado en eso, pero creo que la razón por la que no se me había ocurrido era porque no había visto absolutamente a nadie más que a Manuel y a la pareja de ancianos que atendían la tiendita de los cactus surrealistas. Pensar en ese hecho me produjo una sensación extraña, era como si el mundo se hubiera aliado en mi contra para que me perdiera y no fuera a la cita que tenía planeada.
Íbamos buscando gente cuando reconocí la tienda de antigüedades y alfombras y me emocioné por al fin ver algo familiar. Me sentí tan seguro de ir por el camino correcto que olvidé el pequeño detalle de que la primera vez que había visto aquella tienda ya estaba perdido, solo que no lo sabía en ese momento. Dimos vuelta a la izquierda y volvimos a llegar a la plaza. Ahí sí que tenía que haber alguien a quién pedirle indicaciones.
En los escalones a la entrada de un edificio enorme con conchas talladas en la piedra vi a una niña practicando algún tipo de baile ritual indígena o algo así. Pasé a un lado de la niña junto con Manuel y ella no mostró señales de percibir nuestra presencia aunque parecía que en cualquier momento iba a chocar con nosotros. Justo en la puerta del edificio encontramos a alguien más. Era un señor que tenía una máscara como la del Fantasma de la Ópera pero en gris. Al fin habíamos encontrado a alguien a quién preguntarle por la calle la Troje. O la Mayor. Tenía que existir alguna de las dos.
Le pregunté al hombre si sabía dónde se encontraba la calle que buscaba y comenzó a sacarme plática sin contestar mi pregunta. Después de unos momentos de oírlo hablar de temas que no recuerdo le repetí la pregunta. Me contestó que no sabía, que recién se había mudado a Oaxaca porque en un viaje había visitado a los purépechas y se enamoró de su cultura, por lo que decidió quedarse a vivir en Oaxaca.
Al oír a aquel hombre, tres cosas se vinieron a mi mente. Una, la niña que bailaba era purépecha. Dos, ¿qué diablos hacían los purépechas en Oaxaca si son de Michoacán? Y tres, ¿qué diablos estaba haciendo yo en Oaxaca?

viernes, 25 de febrero de 2011

No sé por qué desperté ahí.

No sé por qué desperté ahí, pero ahí estaba. Mi ropa y mi cuerpo estaban todos llenos de tierra y mugre. Me sentía un tanto mareado y muy desorientado. Me levanté del suelo y vi a mi alrededor. Todo brillaba, el fuego consumía todos los matorrales que alcanzaba. Estaba en una llanura que se quemaba, y muy al fondo se veían unos cerros que se habían salvado del fuego. Esa imagen me recordó El Llano en Llamas de Juan Rulfo. Efectivamente, yo estaba en un llano y el llano estaba en llamas. De hecho se parecía mucho lo que veía a la portada de aquel libro que leí alguna vez.

Me comenzó a abrumar la desesperación, ¿qué iba a hacer? Busqué con la mirada algún lugar a donde huir de esos fuegos tan aterradores, y bajo el cielo púrpura de anochecer o amanecer, encontré una pequeña cabaña que parecía haberse salvado de un final en cenizas. Decidí correr hasta allá y conseguirme un poco más de esperanzas para salvarme y regresar a mi vida normal. No quería que mi tiempo en este planeta terminara en una situación a la cual no supe cómo llegué.

Corrí y corrí con rumbo hacia la casita. Las espinas de los matorrales me rasgaban lo que llevaba puesto y en algunas ocasiones llegaban hasta mi piel. Creo que el fuego no quemó a las espinas, sino que más bien les dio filo y las endureció para que acabaran con cualquier ser que intentara salir de ahí. Lastimaban la carne como si estuvieran al rojo vivo y cortaban la tela con tanta precisión como las tijeras de un sastre.

Logré llegar a la casa; mi cuerpo suplicaba descanso y entrar a aquel lugar suponía esperanzas de encontrarlo. Las pocas fuerzas que me quedaban me ayudaron a subir los escalones del porche de la casa y llegar a la puerta. La golpeé unas tres veces, no sabría decir el número de golpes con seguridad. Nadie abrió. Mi corazón flaqueó y cerré los ojos en un intento de convencerme que esto no estaba pasando. Entonces, oí el rechinar de la puerta abriéndose. ¡Había alguien! Era una anciana con pinta de buena gente, y cuando me invitó a pasar me di cuenta que no era sólo la pinta, sino que lo era en realidad. Entré a la casa y la mujer me sentó en la cocina. Me inspeccionó con la mirada de arriba abajo y diciendo esta frase: “sígueme, tengo justo lo que necesitas para mejorar”. Le hice caso y fui tras de ella.

En la parte posterior de la casa había una puerta en el piso, por donde entramos los dos, yo detrás de ella. Había unas escaleras. Eran muchas. Bajamos durante unos momentos hasta llegar a una cueva, supongo que subterránea. La cueva no estaba oscura, aunque no había indicios de iluminación artificial. Revisé todas las paredes y el techo para descubrir que en verdad no había lámparas, ni antorchas ni velas. Para mi sorpresa, la iluminación provenía del suelo. Había un pequeño lago al fondo de la cueva, y de aquel lago era de donde venía la luz. Era una luz blanca tenuemente azulada, o tal vez al revés. Creo que lo más certero sería decir que el agua era azul. Y que al fondo del lago se veía algo blanco.

Mientras yo seguía perplejo observando el agua, la anciana me dijo: “ahí está”. Supongo que mi cara de poco entendimiento le contestó por mí, ya que volvió a hablar: ”ahí está lo que buscabas; es tu cura, tu redención”. Seguí sin entender a qué se refería, pero sin dudar me adentré poco a poco en el agua hasta estar a flote. Comencé a sentir una extraña sensación y cerré los ojos. Mi dolor se desvaneció al igual que mi cansancio. Dejé de pensar y me llené de dicha. De ahí en adelante, no recuerdo más. Pero ahora heme aquí, sentado en una inmensidad, platicándole mi historia a no sé quién. “¿Hay alguien ahí?”, grité.

Mi espada.

Ira desenfundada, arrojada con odio, clavándose en tu garganta. Brota la sangre que debe brotar, se escurre por tu cuerpo como río por el valle y gritas de dolor. Los aullidos se oyen por los cuervos que comerán la pútrida carne que hoy cubre a tu alma. Tu esencia se evapora junto con la sed de venganza y tu cuerpo cae de espaldas sobre la tierra que te tragará. La sensación de victoria se apodera de tu asesino. Su orgullo sube hasta los cielos del perdón y el infierno le perdona su pecado. No ha hecho mal. Tenías que morir así, a manos del odio que generaste, con la espada que con mentiras afilaste. Ahora no quedará ni tu recuerdo. El homicida es héroe porque acabó con el mal, y al ya no haber mal, nadie sabe que existió. Sólo el suelo que te absorbió sabrá el secreto, pero no lo divulgará por no acabar con la dicha de no saber que algún día, algún mal día, viviste en la misma tierra que te sepultó. Y ahora el héroe es libre, ya no tiene que soportar una vida teñida por el dolor, ya no tiene que soñar día con día en matarte porque ya lo hizo. El héroe ya puede ser feliz. El héroe será feliz.

¡Hola, Mundo!

Al fin me he decidido a crear un blog. Siempre me ha gustado expresar lo que siento por medio de palabras, y hasta ahora tomo la decisión de publicarlas. Se lo agradezco a Guso (a.k.a. @oximoron_); creo que de no haber leído su blog, me habría tardado meses o años en dejar de procrastinar y crear uno.

En fin, aquí estoy. No he escrito mucho últimamente, por lo que me limitaré a subir mis obras pasadas. Espero sean del agrado de quien quiera que caiga aquí, por casualidad o a sabiendas.