Es de noche ya y aún
no he intentado irme a dormir.
Mientras fumo en lo oscuro
sólo pienso en lo futuro
y recuerdo tu mirada
siempre verde, siempre clara,
y me hundo en lo profundo
de este sueño inoportuno.
Y no paro de extrañarte
y me muero al no besarte.
Mato el tiempo, ya no puedo.
Siento que me quemo adentro.
miércoles, 20 de junio de 2012
domingo, 3 de junio de 2012
Siempre me dijiste que me odiabas.
Siempre me dijiste que me odiabas. Yo siempre lo respondí
con un “yo a ti más”, pero nunca estuvo sin un “no es cierto, te quiero”
acompañándolo después. Hoy dejo de engañarme a mí mismo y dejo entrar a ese “yo
a ti más” a donde en realidad debe estar. Porque sí te odio. Te odio por
haberme encantado desde el momento en que te vi. Te odio por haberte vuelto a
encontrar. Te odio por esa primera noche solos tú y yo. Te odio por darme
recuerdos tan magníficos. Te odio por hacerme pensar en ti hasta cuando no
pienso en ti. Te odio por ser tan tú. Pero más que nada, te odio por tenerme
aquí escribiéndote, por abrir mi corazón sin haberlo pedido y por haberme dado
la esperanza de amarte. Porque siempre supe a dónde iba el camino que decidí
seguir. Siempre supe que de seguir caminando iba a encontrar una vida feliz;
que el cielo volvería a sonreír. Ahí surgió el problema, en el camino. En un
cuento, lo habríamos caminado juntos, pero lo que pasó fue que me empujaste
hacia el barranco. Y de ahí sale el único te odio verdadero. Todos los
anteriores son te quieros disfrazados. Te odio porque estoy colgando del
desfiladero, sin nada para sostenerme aparte de una mano que me gusta llamar
esperanza. Y eso es sólo si mi esperanza no me ha engañado para hacerme creer
que mis piernas cuelgan del peñasco y no están rotas al fondo del abismo como
mis ojos me dicen. Pero no te apures, no te odio tanto como a mí mismo. Toda
esperanza nace de mí solito. Y yo solito sigo aferrado.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)