martes, 1 de marzo de 2011

Me perdí.

Jueves
Daniel y yo estábamos sin saber qué hacer en la noche para disfrutarla y recordamos que se había abierto un nuevo antro de un compañero que yo había tenido en la primaria, así que decidimos ir a ver qué tal estaba.
El lugar tenía la entrada en el piso, era un simple hoyo parecido a un registro de agua con unas escaleras verticales que llegaban al centro nocturno. Las paredes eran negras con dibujos en verde escarabajo y había sillones rojos donde vimos sentada a mucha gente conocida, pero a nadie con quien nos agradara pasar la noche.
Decidimos salir de aquel lugar y mejor ir a un bar al que frecuentábamos. Supongo que la noche fue salvaje porque a decir verdad no recuerdo nada aparte del hecho que no pagué ni un peso.

Viernes
Fui al bar de la noche anterior otra vez con Daniel a pagar lo que había consumido y me encontré a mi madre apurada cerca de ahí. Me dijo que no había pagado el doctor y que no tenía tiempo de hacerlo, y como le pedí dinero para pagar el reventón del jueves ella me encargó que de una vez pagara el doctor en la caja del bar, ya que ahí podía hacerlo.
En fin, Daniel y yo nos formamos juntos en la caja del bar para pagar y de pronto vi a alguien que había sido el amor de mi vida durante mucho tiempo sentada en una mesa con su hermano. Acabó la fila, pagué y fui a sentarme en la mesa en la que ella estaba. Era Paulina. A mi amigo no le agradaba para nada su presencia por lo que prefirió irse y me despedí de él. Rodrigo, el hermano de Pau se fue a algún otro lado, no se a dónde ni por qué. Bueno, el punto es que me quedé platicando con ella y le saqué una cita para el día siguiente, quedé de pasar por ella a su casa y después de un rato de platicar me fui a mi casa.

Sábado
Fui la dirección que me había dado Paulina y se me hizo extraño no reconocer su casa, la única razón lógica era que se hubiera mudado y yo no me hubiera enterado, pero eso implicaría que tengo serios problemas de memoria al tampoco darme cuenta que nunca había pasado por esos rumbos, ya que no era solo la casa lo que no reconocí sino también todos los alrededores. Era como si estuviera en una ciudad completamente diferente a la que yo conocía.
Toqué el timbre y salió la mamá de Paulina y Rodrigo a decirme que tenía que esperar un rato a que su hija se arreglara, así que me senté en el techo de mi Volkswagen ’96 blanco dejando pasar el tiempo. Vi a mi cita por la ventana de su cuarto. Tenía poca ropa encima y parecía como se hubiera puesto en la ventana a propósito para que yo la viera. El deseo me comenzó a incendiar el alma y para no desesperarme me bajé del techo y me puse a jugar con la puerta del conductor de mi auto.
La mamá volvió a salir a decirme que Pau se iba a tardar todavía un rato más, pero cuando salió yo estaba tan concentrado en mi jugueteo con la puerta que la sorpresa de que alguien saliera me hizo arrancar la puerta del coche. Supuse que como Paulina se iba a tardar un rato más, me daba tiempo para ir a dejar el auto en algún taller cercano y me fui a buscar uno.
Ya iba de regreso a casa de Pau después de dejar el coche a reparar y me topé con una tienda que no había visto cuando iba en coche. Me detuve a comprar una coca y unas papas y salí por la puerta de atrás para acortar un poco el camino a mi destino. La parte trasera de la tienda daba a un terreno baldío con muchos cactus parecidos a los órganos, pero eran algo diferentes. Eran amarillos, sus espinas eran rojas y parecía que quisieran decir algo a los paseantes que caminaban por su territorio. Esa imagen de las plantas que parecían sacadas de algún sueño de un pintor dañado por la vida me perturbó un poco, mas no le di mucha importancia y seguí caminando.
Llegué a una esquina por la que creí haber pasado la primera vez que fui a casa de Pau apenas una hora antes. Había una tienda de alfombras y antigüedades que parecía como si la hubieran importado completa de algún lugar del Medio Oriente. Asumí que iba por el camino correcto y doblé a la izquierda buscando la calle la Troje, o la Mayor. Me hubiera encantado meter la mano al bolsillo de mi camisa y sacar el papelito con la dirección anotada o al menos recordar el nombre de la calle, pero no fue lo que sucedió. Había perdido el papel y mi plan de acción era llegar a la casa guiado por mis recuerdos.
Seguí caminando por una calle que me llevó directo al centro de la ciudad. Doblé a la izquierda de nuevo porque no podía seguir por la misma calle al haber un enorme edificio gubernamental donde la calle veía su fin. O su comienzo. No soy quién para poder hacer tal afirmación. En el momento en que vi la plaza de armas me quedé perplejo ante su belleza arquitectónica, pero creo que no era ni siquiera parecida a alguna otra plaza mexicana. Parecía como una plaza griega o romana por los grandes edificios con muchas escaleras a la entrada y con adornos de piedra con forma de conchas marinas y algas. Cada edificio tenía escrito también en piedra el nombre del departamento de gobierno que albergaba en sus adentros, pero no recuerdo cuáles eran.
Como no había pasado por aquella plaza antes, decidí regresar y continuar mi búsqueda. Caminé y caminé y volví a pasar varias veces por la tiendita de abarrotes donde me había comprado mi coca, pero no podía encontrar la calle donde vivía Paulina. Caminé sin rumbo hasta que por casualidad me encontré a Manuel, un amigo de la universidad, y le expliqué mi situación. Manuel se ofreció para ayudarme a encontrar la casa y seguí vagando buscando la calle la Troje o la Mayor, no logro precisar el nombre, pero ahora iba acompañado y mi grado de desesperación se atenuó bastante.
Después de mucho tiempo de divagar, lo que pudieron haber sido horas o minutos, Manuel tuvo la gran idea de preguntar a alguien dónde quedaba la calle que buscábamos. No saben lo inútil que me sentí al no haber pensado en eso, pero creo que la razón por la que no se me había ocurrido era porque no había visto absolutamente a nadie más que a Manuel y a la pareja de ancianos que atendían la tiendita de los cactus surrealistas. Pensar en ese hecho me produjo una sensación extraña, era como si el mundo se hubiera aliado en mi contra para que me perdiera y no fuera a la cita que tenía planeada.
Íbamos buscando gente cuando reconocí la tienda de antigüedades y alfombras y me emocioné por al fin ver algo familiar. Me sentí tan seguro de ir por el camino correcto que olvidé el pequeño detalle de que la primera vez que había visto aquella tienda ya estaba perdido, solo que no lo sabía en ese momento. Dimos vuelta a la izquierda y volvimos a llegar a la plaza. Ahí sí que tenía que haber alguien a quién pedirle indicaciones.
En los escalones a la entrada de un edificio enorme con conchas talladas en la piedra vi a una niña practicando algún tipo de baile ritual indígena o algo así. Pasé a un lado de la niña junto con Manuel y ella no mostró señales de percibir nuestra presencia aunque parecía que en cualquier momento iba a chocar con nosotros. Justo en la puerta del edificio encontramos a alguien más. Era un señor que tenía una máscara como la del Fantasma de la Ópera pero en gris. Al fin habíamos encontrado a alguien a quién preguntarle por la calle la Troje. O la Mayor. Tenía que existir alguna de las dos.
Le pregunté al hombre si sabía dónde se encontraba la calle que buscaba y comenzó a sacarme plática sin contestar mi pregunta. Después de unos momentos de oírlo hablar de temas que no recuerdo le repetí la pregunta. Me contestó que no sabía, que recién se había mudado a Oaxaca porque en un viaje había visitado a los purépechas y se enamoró de su cultura, por lo que decidió quedarse a vivir en Oaxaca.
Al oír a aquel hombre, tres cosas se vinieron a mi mente. Una, la niña que bailaba era purépecha. Dos, ¿qué diablos hacían los purépechas en Oaxaca si son de Michoacán? Y tres, ¿qué diablos estaba haciendo yo en Oaxaca?

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