viernes, 25 de febrero de 2011

Mi espada.

Ira desenfundada, arrojada con odio, clavándose en tu garganta. Brota la sangre que debe brotar, se escurre por tu cuerpo como río por el valle y gritas de dolor. Los aullidos se oyen por los cuervos que comerán la pútrida carne que hoy cubre a tu alma. Tu esencia se evapora junto con la sed de venganza y tu cuerpo cae de espaldas sobre la tierra que te tragará. La sensación de victoria se apodera de tu asesino. Su orgullo sube hasta los cielos del perdón y el infierno le perdona su pecado. No ha hecho mal. Tenías que morir así, a manos del odio que generaste, con la espada que con mentiras afilaste. Ahora no quedará ni tu recuerdo. El homicida es héroe porque acabó con el mal, y al ya no haber mal, nadie sabe que existió. Sólo el suelo que te absorbió sabrá el secreto, pero no lo divulgará por no acabar con la dicha de no saber que algún día, algún mal día, viviste en la misma tierra que te sepultó. Y ahora el héroe es libre, ya no tiene que soportar una vida teñida por el dolor, ya no tiene que soñar día con día en matarte porque ya lo hizo. El héroe ya puede ser feliz. El héroe será feliz.

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